
Pasaron casa por casa, finalmente, la última casa, era aquella que todo el pueblo temía, la casa del Páramo, un viejo viudo, que su única diversión era cuidar de sus gatos y de su jardín.
Los jóvenes se quedaron mirando durante unos minutos la casa, y con toda la valentía del mundo cogieron y fueron a picarle.
La puerta se abrió de golpe, los jóvenes gritaron y se quedaron inmóviles.
Después de un rato, entraron con seguridad. Al entrar el último de ellos, la puerta se cerro como por arte de magia.
Nada más al entrar se veían unas escaleras rojas, ellos la subieron, siguieron una luz que había, al llegar a una habitación de un armario salió una bola de cristal, en la cual ponía una frase:
Anaïs, Jorge, Marcos, Pablo, Sergio y Tamara, vosotros que habéis sido los valientes jóvenes que han conseguido entrar en la casa del Páramo, por esa misma razón no saldréis de ella durante un año.
Los jóvenes se quedaron con una cara de preocupación, bajaron a la cocina y vieron que allí tenían una nevera llena de comida, estaban incomunicados, asustados, con poca luz, y sin saber nada de sus familiares.
Entre ellos empezaron a discutir, alzando un poco la voz.
Anaïs: Alguna forma habrá de salir de aquí, no puede ser que no haya ninguna. Separémonos y busquemos algo.
Marcos: ¿Pero no has leído la bola?, ¡no hay nada que hacer!
Tamara: Relajémonos, sabemos que no podemos hacer nada, mejor no discutir y a ver que pasa con el tiempo.
Jorge: Yo estoy con Anaïs… Debe haber una forma de salir de aquí.
Sergio: Pues alé no se hable más empecemos a buscar alguna cosa. Nos vemos en la cocina dentro de 30 minutos
Pablo se quedó en la cocina ya que del miedo que tenia no podía ni ir solo por aquella casa la cual le dejará encerrado durante un año.
Finalmente no encontraron ninguna solución, Marcos tenía toda la razón.
Los tres cientos sesenta y cinco días pasaron muy lentos, pero el día que ellos pudieron salir fueron de lo más felices…
Anaïs Gallardo
4º A
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