
Era un día bastante tranquilo, soleado y rutinario. Como cada tarde, al acabar las clases con el señor Daniel, me dirigí a casa de la señora Rosario, para recoger a mi hermano pequeño, Luis. Mi madre, como era lógico, todavía estaba trabajando en casa de la vecina, así que al llegar a casa no esperaba encontrar a nadie, pero no fue así. Unos extraños señores, altos, con la voz muy grave, y mi padre, estaban discutiendo en el salón de mi casa. Sin pensarlo dos veces me escondí con Luis en una de las habitaciones. Al cabo de media hora los señores marcharon y dejaron un inmenso silencio en toda la casa. Pasaron unos minutos y decidí salir para que mi padre me explicara lo sucedido. Pero por desgracia, mi padre no me pudo contar nada mas. Esos hombre asesinaron a mi padre después de la fuerte e inolvidable discusión.
Pasaron unos meses, cuando pude comprender porque asesinaron a mi padre. Mi padre trabajaba concejal y esos hombres pertenecían al ejército. Al estallar la guerra el ejército atacó contra los republicanos, incluyendo así la muerte y los atentados contra personas pertenecientes al gobierno legal y democrático, como mi padre.
El conflicto entre el ejercito y la república había empeorado y en las calles solo se escuchaban disparos y el andar de los militares. Todo el mundo vivía angustiado sin poder salir a la calle, y más, las cientos de familias como la mía, que pertenecían al bando de los llamados rojos. Mi hermano y yo no volvimos a la escuela, y vivíamos atemorizados al pensar que pudiera pasar otra desgracia como la vivida meses antes con nuestro padre. Las calles se volvieron grises y caóticas.
Había pasado un año de la muerte de mi padre, y al levantarnos oímos como cientos de camiones se iban y despejaban la calle. Al cabo de unas horas Franco emitió el último parte anunciando el final de la guerra. Por fin había acabado todo.
Fue el capítulo mas duro de mi vida que dejo atrás cientos de vidas inocentes que siempre recordaremos.
Anna Giménez,
4t A
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