
El día 14 de febrero, mi tranquilidad se rompió por completo. “Un chico andaluz muere degollado en su casa”. Un chico cualquiera no, era Pedro. En ese mismo instante, sólo unos segundos después de leer esa portada en el periódico, me di cuenta de que el asesinato que ocurrió en agosto no fue una casualidad y de que los siguientes en aparecer como titulares éramos Marcos y yo.
Ahora si que tenía que hacer algo de inmediato para impedir mi muerte. ¿Huir? Demasiado arriesgado. ¿Quedarme aquí como si nada de esto me afectara, y pensar que solo son dos casualidades?. Imposible.
Lo primero que hice, fue llamar a Marcos. Esta vez quedamos en un sitio distinto. Quedamos en una taberna a cincuenta kilómetros de Barcelona.
Fue una larga charla. A parte de charlar sobre lo de nuestros amigos, también hablamos sobre qué podíamos hacer con nuestros collares ( ya que sólo quedaban dos). Acordamos que, si algún día le pasara algo a cualquiera de nosotros dos, el que estuviera con vida, se encargaría de ir en busca del tesoro, y de quedárselo él.
Ese día fue el último que lo vi con vida.
Hoy, mi tranquilidad (que estaba rota de unos meses atrás) acababa de morir. Esta mañana en el periódico he leído: “Chico de Barcelona muere tras ser apuñalado catorce veces con un machete, después de robarle un collar”. Y yo me pregunto: ¿que es lo que me espera ahora a mí?
Clàudia Giménez
4º A
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